
Recuerdo que cuando
era pequeña viajé por primera vez al
sur de Chile.
Era tarde, el cielo estaba oscuro, densas nubes cubrían la luna y gotas de agua
caían de éstas. Era la primera vez que presenciaba lluvia, así que estaba muy
emocionada. Mi mamá decidió abrigarme y me dejó salir a jugar con mis primas y
hermanas.
Luego de una hora
de lluvia, el jardín estaba empapado. Esta parte de la casa era amplia y había
mucho paso, pero en la salida de la casa había cerámica en el suelo y algunas
plantas formaban un camino hacia el pasto.Una de esas plantas, era un cactus.
Recuerdo haber estado jugando a las escondidas y no saber donde
esconderme, pensé unos instantes y decidí que lo mejor sería correr dentro de
la casa a buscar un escondite.
Tan pronto pisé la
cerámica, resbalé y, para mi desgracia, caí encima del cactus. Había olvidado
por completo que la lluvia mojó la cerámica y ahora ésta se encontraba
resbalosa.
Cuando sentí el
dolor de las espinas incrustadas en mi, comencé a llorar y mis tías llegaron a
socorrerme. Me cargaron con cuidado hasta una habitación, en donde comenzaron a
sacarme las espinas con una pinza. Estuvieron aproximadamente dos horas tratando
de curarme, mientras yo lloraba en silencio.
Desde ese día, jamás volví a correr sobre cerámica o a acercarme a un cactus.
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